Situación.
Como siempre, para orientarnos un poco, el embalse de Valuengo, al suroeste de la provincia de Badajoz, y al que da nombre la cercana población del mismo nombre, es el resultado de represar el río Ardila, uno de los afluentes principales del río Guadiana. Con una capacidad de unos 20 hm3, se encuentra rodeado de infinitas dehesas y montes suaves, hasta donde la vista alcanza.
Siguiendo la norma "pajarera" de buscar lugares tranquilos y alejados de la presencia y actividad humanas, mi compañero Agustín y yo mismo, desistimos desde el inicio de acceder a sus orillas desde la presa. Siendo domingo, no se podía esperar otra cosa que multitud de personas llegando constantemente para pasar el día. Por lo cual decidimos, en contraposición, pasar nuestra primera visita por la zona, rastreando la orilla opuesta, esto es, la entrada del río Ardila al embalse. Mirando un mapa satélite cualquiera, el acceso a dicha zona no parecía ni fácil ni claro. Sólo encontré indicios de un trayecto viable, partiendo desde la cercana población de Burguillos del Cerro, y suponía adentrase por caminos cosa de seis kilómetros. Para nuestra desgracia, no poseemos precisamente vehículos todoterrenos. En días así, el componente de aventura que tienen las escapadas, tiene un peso más que importante, como así fue esta vez...
Siguiendo la norma "pajarera" de buscar lugares tranquilos y alejados de la presencia y actividad humanas, mi compañero Agustín y yo mismo, desistimos desde el inicio de acceder a sus orillas desde la presa. Siendo domingo, no se podía esperar otra cosa que multitud de personas llegando constantemente para pasar el día. Por lo cual decidimos, en contraposición, pasar nuestra primera visita por la zona, rastreando la orilla opuesta, esto es, la entrada del río Ardila al embalse. Mirando un mapa satélite cualquiera, el acceso a dicha zona no parecía ni fácil ni claro. Sólo encontré indicios de un trayecto viable, partiendo desde la cercana población de Burguillos del Cerro, y suponía adentrase por caminos cosa de seis kilómetros. Para nuestra desgracia, no poseemos precisamente vehículos todoterrenos. En días así, el componente de aventura que tienen las escapadas, tiene un peso más que importante, como así fue esta vez...
Resolviendo la incógnita del acceso.
Partimos de casa a las siete de la mañana. Los días previos, el clima había sido hasta suave a estas alturas del verano, como de unos treinta grados de máxima, pero hoy se esperaban hasta treinta y cinco grados. Cómo no, qué afortunados... Llegar hasta Burguillos del Cerro (cuyo castillo es una auténtica maravilla), no supuso problema alguno. Tras atravesarlo, buscamos a las afueras el comienzo de la pista de tierra que ya nos llevaría sin pérdida, hasta la cola del embalse. En dicho punto, encontramos el panel informativo de una ruta senderista que se cruza con nuestra pista, "Sierra del Cordel", sendero local (SL) PR-BA 154. Es un ruta circular que se desvía inmediatamente a la derecha de nuestro camino.
Seguimos de frente. El acceso era ancho y firme, nada de tierra suelta, con base de piedras, por lo que acceder en invierno tras las lluvias, no debe de resultar imposible, y está bien "escoltado" por muros de piedras y alambradas. A mitad de camino más o menos, se estrechó y el firme se hizo algo más irregular. Tras el último tramo, llegamos al punto donde deberíamos abandonar el camino por el que veníamos, y tomar otro en línea recta el agua, que ya sólo quedaría a unos doscientos metros. Pero entonces... la "sorpresa" (bueno, no tanta). Una cancela y un cartel, informaban de que era un camino privado e impedía el acceso. Decidimos seguir adelante por el mismo camino que veníamos. Yo había comprobado el día anterior, preparando la ruta, que más o menos llevaba al mismo punto del agua, pero tras dar un pequeño rodeo. Cien metros más adelante, otro cartel y otra cancela, impedían el paso totalmente. Ya no había otra posibilidad. Vuelta atrás. No nos moveríamos más de doscientos o trescientos metros regresando, cuando encontramos un vehículo bloqueando el camino. Un hombre de unos cincuenta años, se encaminaba al mismo desde una parcela cercana. Algo ya cansados, tras hora y media desde que salimos de casa, nos bajamos y tan pronto lo tuve a pocos metros, le pregunté tras darle los buenos días, que cómo *** se podía acceder a la orilla del embalse desde aquí, si el camino (que yo imaginaba de todas todas, era público) estaba bloqueado por cancelas. La casualidad esta vez, quiso que él fuera uno de los propietarios de las tierras por las que queríamos pasar, y tras explicarle nuestras intenciones, nos permitió pasar, explicándonos además, que al poco el camino se vuelve poco menos que impracticable, sobre todo para nuestro vehículo. De manera que volvimos al mismo tras darle las gracias. Nuevamente a los pies de la cancela en cuestión, pasamos, cerramos, y efectivamente poco después tuvimos que dejar el vehículo al margen. Ocho y cuarenta y cinco de la mañana. El sol ya caldeaba el aire de lo lindo, y ni siquiera habíamos desenfundado los prismáticos a esas horas.
Si me he extendido algo de más en esta parte, es porque quiero poner de relieve un hecho más que frecuente en nuestros campos. Muchos propietarios de terrenos y parcelas, se "adueñan" de caminos que son de titularidad pública. Antiguas cañadas, calzadas, etc. por distintos intereses que no vienen al caso. De manera que puede haber días como estos, en los que después de mucho planificar, puede que te tengas que volver sin una sola explicación, y con cara de bobo. En otras ocasiones, los hay que simplemente, te indican que cierres la cancela tras pasar (a veces hay ganado suelto). Y otros que te llegan hasta a intimidar, insultar, hay perros sueltos, etc. Lo que dije antes, toda una aventura.
Según nos íbamos acercando al agua, veíamos diseminados por todo el suelo, multitud de excrementos grandes y aplastados, inconfundibles. De manera que para agregar emoción al día, tendríamos que estar ojo avizor con el ganado vacuno. Y por fin llegamos al borde del agua. En la orilla de enfrente, efectivamente algunas reses rojizas pastaban tranquilamente. No se veía ninguna por nuestra parte, pero eso tampoco nos tranquilizaba demasiado. El cauce del río Ardila en ese punto estaba casi muerto, y era la suma de varias charcas verdosas más o menos extensas, nada de agua corriendo. A nuestra derecha, se extendía toda la depresión del embalse, con más tierra que agua. Se adivinaban algunas garzas a lo lejos. A nuestra izquierda, y a cosa de doscientos metros, teníamos los límites del embalse. Y por allí decidimos empezar a rastrear las orillas.
Llevábamos ya rato notando cierta algarabía en un par de enorme higueras cercanas a nuestra posición, pero no terminábamos de ver las aves con claridad. Prestando algo más de atención, resultaron ser un grupito de entre quince o veinte Estorninos Negros (Sturnus unicolor), que no paraban de acosarse ruidosamente. Antes de volver a movernos para avanzar, empezamos a escuchar cómo se aproximaba una bandada. Un sonido inconfundible y familiar. Y al poco los tuvimos encima. El cielo se volvió multicolor. Entre setenta y ochenta Abejarucos (Merops apiaster), se detuvieron sobre nosotros, volando en todas direcciones. Yo creo que vinieron a despedirse antes de irse a África, Agustín.
Ya desde esta última posición, pudimos observar sobre una pequeña isla en mitad de lo que quedaba del embalse, una pequeña concentración de Garzas Reales (Ardea cinerea), así como cinco Espátulas (Platalea leucorodia). También algunas gaviotas, pero de improbable identificación debido a la gran distancia. Un par de Abubillas (Upupa epops), cruzaron desde las encinas hacia el agua, para quedarse picoteando entre las piedras del cauce. Y curiosamente, los últimos en aparece fueron los vencejos. Mientras miraba a los lejos con la óptica, hacia las garzas, no había reparado en que un par de Vencejos Pálidos (Apus pallidus), no paraban de dar vueltas rápidamente a muy poca altura sobre las copas de dos grandes encinas cercanas y nuestra posición, en un circuito-triángulo que no parecía tener fin. No terminaba de entender tal comportamiento. Y finalmente, como colofón a la jornada, a más altura por encima de ellos, algunos Vencejos Comunes (Apus apus), volaban mucho más lentamente, cruzándose sin rumbo aparente, como intentando decidir en qué instante partir hasta la próxima primavera.
Panel informativo de comienzo de ruta senderista. |
Seguimos de frente. El acceso era ancho y firme, nada de tierra suelta, con base de piedras, por lo que acceder en invierno tras las lluvias, no debe de resultar imposible, y está bien "escoltado" por muros de piedras y alambradas. A mitad de camino más o menos, se estrechó y el firme se hizo algo más irregular. Tras el último tramo, llegamos al punto donde deberíamos abandonar el camino por el que veníamos, y tomar otro en línea recta el agua, que ya sólo quedaría a unos doscientos metros. Pero entonces... la "sorpresa" (bueno, no tanta). Una cancela y un cartel, informaban de que era un camino privado e impedía el acceso. Decidimos seguir adelante por el mismo camino que veníamos. Yo había comprobado el día anterior, preparando la ruta, que más o menos llevaba al mismo punto del agua, pero tras dar un pequeño rodeo. Cien metros más adelante, otro cartel y otra cancela, impedían el paso totalmente. Ya no había otra posibilidad. Vuelta atrás. No nos moveríamos más de doscientos o trescientos metros regresando, cuando encontramos un vehículo bloqueando el camino. Un hombre de unos cincuenta años, se encaminaba al mismo desde una parcela cercana. Algo ya cansados, tras hora y media desde que salimos de casa, nos bajamos y tan pronto lo tuve a pocos metros, le pregunté tras darle los buenos días, que cómo *** se podía acceder a la orilla del embalse desde aquí, si el camino (que yo imaginaba de todas todas, era público) estaba bloqueado por cancelas. La casualidad esta vez, quiso que él fuera uno de los propietarios de las tierras por las que queríamos pasar, y tras explicarle nuestras intenciones, nos permitió pasar, explicándonos además, que al poco el camino se vuelve poco menos que impracticable, sobre todo para nuestro vehículo. De manera que volvimos al mismo tras darle las gracias. Nuevamente a los pies de la cancela en cuestión, pasamos, cerramos, y efectivamente poco después tuvimos que dejar el vehículo al margen. Ocho y cuarenta y cinco de la mañana. El sol ya caldeaba el aire de lo lindo, y ni siquiera habíamos desenfundado los prismáticos a esas horas.
Si me he extendido algo de más en esta parte, es porque quiero poner de relieve un hecho más que frecuente en nuestros campos. Muchos propietarios de terrenos y parcelas, se "adueñan" de caminos que son de titularidad pública. Antiguas cañadas, calzadas, etc. por distintos intereses que no vienen al caso. De manera que puede haber días como estos, en los que después de mucho planificar, puede que te tengas que volver sin una sola explicación, y con cara de bobo. En otras ocasiones, los hay que simplemente, te indican que cierres la cancela tras pasar (a veces hay ganado suelto). Y otros que te llegan hasta a intimidar, insultar, hay perros sueltos, etc. Lo que dije antes, toda una aventura.
Primeros pasos.
Ávidos de comenzar ya por fin la jornada, nos dirigimos en línea recta y a buen paso, hacia donde se adivinaba el agua. A nuestra derecha y a unos quinientos metros, en lo alto de una pequeña loma, había un cortijo de grandes dimensiones de donde más o menos provenía el sonido de un Mochuelo (Attene noctua), que pasaba a ser el primero en la lista de especies del día. El terreno estaba densamente poblado de Retama Negra (Cytisus scoparius), un arbusto por el que tienen auténtica debilidad las currucas, tarabillas y otras insectívoras menudas. Entre ellas, pudimos ya observar algún que otro Herrerillo C. (Cyanistes caeruleus), y las eternas Currucas Cabecinegras (Sylvia melanocephala). Tras el primer centenar de metros recorridos, ya vislumbramos algo de agua y verdor hacia la derecha. Echando un vistazo con los prismáticos, descubrimos en la orilla tres ejemplares de Cigüeña Negra (Ciconia nigra), y otras cuatro volando cercanas a ellas!!! Bueno, aquello hizo espolearnos aún más. Menudo comienzo.
Cigüeña Negra (Ciconia nigra) sobrevolando la zona. |
Según nos íbamos acercando al agua, veíamos diseminados por todo el suelo, multitud de excrementos grandes y aplastados, inconfundibles. De manera que para agregar emoción al día, tendríamos que estar ojo avizor con el ganado vacuno. Y por fin llegamos al borde del agua. En la orilla de enfrente, efectivamente algunas reses rojizas pastaban tranquilamente. No se veía ninguna por nuestra parte, pero eso tampoco nos tranquilizaba demasiado. El cauce del río Ardila en ese punto estaba casi muerto, y era la suma de varias charcas verdosas más o menos extensas, nada de agua corriendo. A nuestra derecha, se extendía toda la depresión del embalse, con más tierra que agua. Se adivinaban algunas garzas a lo lejos. A nuestra izquierda, y a cosa de doscientos metros, teníamos los límites del embalse. Y por allí decidimos empezar a rastrear las orillas.
Vista a dcha. El embalse continúa hacia el fondo. |
Vista a izqda. Comienza el embalse y entrada del río Ardila. |
La orilla, a exámen.
Ya desde la distancia, se adivinaban algunas aves de cierto tamaño. El telescopio terrestre nos permitió identificar una solitaria Garza Real (Ardea cinerea), un casi escondido ejemplar de Cormorán Grande (Phalacrocorax carbo) y una Garceta Grande (Egretta alba), un tanto esquiva. Cerquita de nosotros, una pareja de ruidosos Andarríos Grandes (Tringa Ochropus), se posaban de forma intermitente por ambas orillas, picoteando en la tierra. El diminuto e inconfundible Martín Pescador (Alcedo attis), también hizo acto de presencia, volando recto, cual torpedo azul, a ras de agua desde unas ramas cercanas hasta las piedras más alejadas. Por ese mismo lugar, tres Garcetas Comunes (Egretta garzetta), se alimentaban con total tranquilidad. La escena la vino a completar una de las varias Cigüeñuelas (Himantopus himantopus), que luego también pudimos observar. Típicamente, llegó con ese vuelo indeciso y trompeteando, y se posó próxima a la orilla. Por último, los menudos Chorlitejos Chicos (Charadrius dubius), recorrían las piedras con ese andar a ráfagas tan peculiar...
Cigüeñuela (Himantopus himantopus). |
Chorlitejo Chico (Charadrius dubius) entre las rocas. |
Nos empezó a llamar la atención, bastante movimiento de pajarillos en los arbustos de la isleta que teníamos en frente. Efectivamente, un árbol muerto de ramas desnudas, dejaba al descubierto una Tarabilla Común (Saxicola torquata), un macho, que entraba y salía de los arbustos cercanos. Una pareja de Mirlos Comunes (Turdus merula), también salían de entre el follaje, para beber discretamente en la orilla, dando saltitos en el terreno. Un Cetia Ruiseñor (Cettia cettii), se dejó escuchar, que no ver, para variar. Algún que otro Jilguero (Carduelis carduelis), no especialmente abundantes, acompañaban a la Tarabilla en su emplazamiento. Todavía escudriñábamos los densísimos y altos arbustos, cuando vimos un ave diminuta, de colores verde y amarillo, muy inquieta, que no tardó en identificarse al cantar. ¡Un Mosquitero Musical (Phylloscopus trochilus), el primero que veíamos en paso post-nupcial, en su viaje de regreso a África! Lo tuvimos algunos minutos en línea de visión, saltando de rama en rama intranquilo, como suele ser habitual en ellos. Un último vistazo por la zona, antes de movernos, nos permitió anotar además algunos ejemplares de Golondrina Común (Hirundo rustica), Avión Común (Delichon urbicum), así como una única Golondrina Dáurica (Cecropis daurica), todos ellos en puertas de irnos abandonando también por África en fechas próximas, después del período de cría aquí en la península Ibérica.
Cambiando de lugar.
Mirando el reloj, ya nos aproximábamos a la media mañana. Entre lo tarde que nos incorporamos, y lo mucho que nos paramos en ese primer tramo, la jornada iba camino de terminar sin haber cubierto más territorio, ni más metros de orilla. Hablando de hora, ya sí que era momento de que apareciesen las rapaces. Oteando el horizonte, efectivamente un poco a la derecha del nuestra propia orilla, sobre unos altos y aislados eucaliptos y a cosa de doscientos metros, aparecieron los primeros ejemplares de Buitre Leonado (Gyps fulvus), dando vueltas en círculos, muy lentamente. A estos le siguieron otros tantos que no tardaron en aparecer, sumando cerca de una veintena, que llenaron el cielo por momentos a distintas alturas. Esto ya empezaba a casar con lo esperado. Pero además, desde más allá de la otra orilla, muy lenta pero firmemente, una silueta blanquecina, con un ligero barrado, se dirigió hacia nosotros para lucirse, dándonos tiempo a disfrutar y a tomar algunas buenas instantáneas. Una Culebrera Europea (Circaetus gallicus), rapaz que también nos dejará en breve, tomando el mismo camino que mosquiteros, golondrinas, etc.
Uno de los muchos Buitres Leonados (Gyps fulvus). |
Precioso ejemplar de Culebrera Europea (Circaetus gallicus). |
Llevábamos ya rato notando cierta algarabía en un par de enorme higueras cercanas a nuestra posición, pero no terminábamos de ver las aves con claridad. Prestando algo más de atención, resultaron ser un grupito de entre quince o veinte Estorninos Negros (Sturnus unicolor), que no paraban de acosarse ruidosamente. Antes de volver a movernos para avanzar, empezamos a escuchar cómo se aproximaba una bandada. Un sonido inconfundible y familiar. Y al poco los tuvimos encima. El cielo se volvió multicolor. Entre setenta y ochenta Abejarucos (Merops apiaster), se detuvieron sobre nosotros, volando en todas direcciones. Yo creo que vinieron a despedirse antes de irse a África, Agustín.
Abejarucos (Merops apiaster) en su camino a África. |
Última parada.
No quisimos irnos sin avanzar un poco más, sin echar un vistazo por la zona donde nada más llegar, vimos desde lo lejos las Cigüeñas Negras. Y efectivamente, sobre las encinas de la margen derecha, otro grupo de ellas fue tomando altura, para después alejarse hacia el embalse. En total, quizás fuesen unos veinte ejemplares los observados durante la jornada. Previsíblemente, estaban también agrupándose para emprender su inminente viaje al sur.
Ya desde esta última posición, pudimos observar sobre una pequeña isla en mitad de lo que quedaba del embalse, una pequeña concentración de Garzas Reales (Ardea cinerea), así como cinco Espátulas (Platalea leucorodia). También algunas gaviotas, pero de improbable identificación debido a la gran distancia. Un par de Abubillas (Upupa epops), cruzaron desde las encinas hacia el agua, para quedarse picoteando entre las piedras del cauce. Y curiosamente, los últimos en aparece fueron los vencejos. Mientras miraba a los lejos con la óptica, hacia las garzas, no había reparado en que un par de Vencejos Pálidos (Apus pallidus), no paraban de dar vueltas rápidamente a muy poca altura sobre las copas de dos grandes encinas cercanas y nuestra posición, en un circuito-triángulo que no parecía tener fin. No terminaba de entender tal comportamiento. Y finalmente, como colofón a la jornada, a más altura por encima de ellos, algunos Vencejos Comunes (Apus apus), volaban mucho más lentamente, cruzándose sin rumbo aparente, como intentando decidir en qué instante partir hasta la próxima primavera.
Garzas Reales en mitad del embalse. |
Vencejo Común (Apus apus). Inminente partida al sur. |